Amanecimos en Praga e íbamos a dormir en Viena, no puedo imaginar un día mejor que ese.
Nos levantamos, y juntadas las últimas cositas, dejamos el departamento y nos fuimos a desayunar al café que contamos en el post anterior, el de la tortas ricas. Allí nos esperaba Katerina, la dueña del departamento y del cafecito. Nos invitó un rico café e intercambiamos unas palabras con ella, una pseudo hippie checa, muy amorosa.
Terminado el café, nos esperaba un taxi en la puerta (gentileza de nuestro amigo Yoav) que nos llevó a la estación de tren para ir rumbo a Viena. Aún dormidos, llegamos a nuestros asientos. Mi ansiedad iba en aumento, estaba camino a Viena, algo que siempre soñé pero que siempre creí que iba a ser sólo eso, un sueño.
El viaje en tren fue divino, los paisajes no defraudan, todo lo contrario, te hacen dar cuenta que todo lo que imaginaste es poco.
En el viaje tuvimos (mentira, fui yo) un pequeño accidente…se me cayó encima el café que estaba tomando, no es que el tren se movía mucho, es que a la torpeza la traje conmigo a Europa. No sólo me manché todo el jean, sino que además mojé al chico que estaba sentado con nosotros, y el muy santo nos ayudó a limpiar todo mientras se moría de risa. Yo no paraba de decir “sorry, sorry, sorry”, en mi fluido inglés. El muchachito se bajó un par de estaciones antes de la nuestra, espero que haya sido porque ahí tenía que ir, y no por miedo de estar cerca mío.
Faltaba poco para llegar a Viena, la ansiedad y emoción decían presente. Entrando en la ciudad, me desarmé y me puse a llorar. Estaba ahí, en Viena, donde quise estar desde mis 14 años…tardé 22 años en llegar, pero los verdaderos sueños no tienen fecha de vencimiento. Lo que nunca soñé es que, además, lo iba a hacer acompañada del chico de barba, ese que hace feliz todos mis minutos y me hace creer que todo es posible. Gracias Leandro por ser mi compañero, mi amor, mi cómplice, mi centro de equilibrio y razón.
Ok, secadas las lágrimas, sigo.
Llegamos a Viena, no sabía bien qué sentir, me pasaba todo. Pero estábamos ahí y había que hacer…compramos la Viena Card, una tarjeta que te permite viajar en todos los transportes públicos y obtener descuentos en diferentes actividades de la ciudad, la verdad es que genial que exista algo así ya que te olvidás de tener que sacar los boletos y es un obstáculo menos para moverte por donde quieras. Nos tomamos el tranvía D (yeeyyy, amamos) y al bajarnos, camino obligado para llegar a departamento, pasamos por la puerta del museo de Dios, digo Freud. Parada obligada para ver (ya que estábamos con las mochilas y no era un buen momento para entrar) sólo la puerta, leer las placas y emocionarme, otra vez hasta las lágrimas, de admiración a semejante genio que revolucionó el mundo pensante. Ojalá todo el mundo supiera y entendiera todo lo que Freud hizo para ayudar a comprender al ser humano.
Llegamos al departamento en donde nos esperaba Monika (casualmente, tocaya de mi madre), una austríaca divina que estaba más fascinada que yo con que conociéramos la ciudad. Explicame el mito de que los europeos son fríos porque yo hasta ahora no lo comprobé. Nos mostró el lugar, nos ayudó a ubicarnos en el mapa y nos pasó un par de tips para comer rico y barato (aunque en Viena nada es barato).
Acomodados los bolsos, y con acomodados quiero decir dejados en el piso, salimos a pasear. Pese a mi ansiedad, decidimos dejar la visita al museo de Freud para mañana ya que estaríamos más descansados. Así que fuimos a hacer lo que mejor sabemos hacer, almorzamos y brindamos por estar ahí…
Caminamos hasta el ¿centro?, recorrimos lugares fascinantes, unas estructuras increíbles, todo Viena es así, un edificio más impactante que otro, una ciudad lindísima y que todo el tiempo te da la sensación de estar viendo uno de esos libro de fotos. Pasamos por arcos, en donde metiéndote daban a un patio de cemento que daba a más edificios imponentes, previo paso por una cúpula alucinante que estaba entre ambos arcos.
Seguimos caminando, una calle tenía una rotondita que hacía más espectacular la entrada, estaba lleno de carruajes, había más de diez, listos para los turistas deseosos y los flashes de Leandro.
Pasamos por uno de los puntos que teníamos marcados para visitar, la biblioteca de Viena, pero estaba cerrado los lunes, así que quedaba para mañana. Llegamos a la terraza la Albertina, lugar precioso para ver parte de la ciudad y mirador preferencial para ver la ópera. La Albertina, es también uno de los tantos escenarios de la película Antes del Amanecer que teníamos previstos conocer. Caminamos por la ópera, edificio enorme que ocupa una manzana entera. Seguimos paseando y llegamos a otro lugar de la película, el Kleines café, donde aprovechamos para tomar un rico café y descansar un poco. Desde el mismo café podíamos ver una torre enorme que pertenece a la Iglesia de San Esteban, fuimos directo para allá, las callecitas de Viena tienen ese no sé qué, bah sí, tienen una belleza muy particular. La Iglesia de San Esteban está como escondida entre las callecitas y una gigantesca peatonal. Llegamos a la base de la torre desde una callecita de ancho mínimo y no pudimos contener la sensación de vértigo al mirar para arriba. Incluso el modelo a escala que se encuentra fuera de la iglesia es altísimo, al menos un metro ochenta. Cuando entramos había una misa y sólo pudimos ver desde la entrada y un poco más, pero no pudimos recorrla por dentro.
De ahí encaramos por la peatonal en dirección hacia el departamento, parando nuevamente en un escenario de Antes del Amanecer. En este caso fue la Iglesia de Maria am Gestade. A mí, Lean, me puso un poco nervioso que desde la entrada más alejada del púlpito el pasillo de la nave no tiene un ancho ni posicionamiento simétrico: el Cristo en la Cruz no está centrado. Quién diría que no iban a tener en cuenta a la ciencia al hacer la iglesia, no?
Llegamos al departamento y finalmente nos sacamos el cansancio del viaje con una ducha y un ratito de fiaca; dejamos la cámara y todas las cosas innecesarias y nos dirigimos al Prater.
Mapa de la ciudad en mano, combinamos tranvía y subte para llegar al Prater, el parque de diversiones más antiguo del mundo, y donde se encuentra la Wiener Riesenrad o Noria gigante de Viena, símbolo de la ciudad y un escenario más de Antes del Amanecer. El lugar es gigante, y el atardecer le daba un aire más emocionante. Recorrimos los diversos juegos, Lau maravillada con las montañas rusas, yo maravillado con cómo es posible haya gente que esté tan mal de la cabeza que quiera subirse a una hamaca que gira a 30 metros de altura en todos los ejes posibles. Encontramos una pista de kartings y nuestra primera aventura fue un desafío al estilo Super 8 del Italpark. De ahí dimos unas vueltas más hasta que concedí en acompañarla a Lau a una montaña rusa de las clásicas. Dada la hora del parque la concurrencia no era mucha, así que en todas las atracciones íbamos solos. Luego de las vueltas y los gritos correspondientes, nos fuimos a otra montaña rusa, en la cual en vez de ir en sentado en un carrito, vas acostado en una suerte de jaula. Dado que una jaula me parece mucho más seguro que un carrito, accedí a subir. Debo reconocer que es una vuelta muy divertida y que el ir acostado le da una emoción adicional, pero creo que ya tuve montañas rusas por un lustro cuanto mínimo. Como no podíamos dejar pasar el registro de la aventura, compramos la foto que te sacan al salir de un rulo en el cual las caras de ambos dos reflejan nuestra emoción.
Ya cansados de tanto viaje, caminata, giros y contragiros, nos fuimos al patio cervecero del lugar, donde compartimos la especialidad de la casa: una rodilla de cerdo asada que estaba deliciosa, acompañada de una rica cerveza de trigo. Con la panza llena, emprendimos el retorno ni muy tarde ni muy temprano, dado que el otro día traería consigo una visita a un lugar muy especial.
Nos despertamos, es martes 12 de Mayo de 2015, y más allá de la visita importante que nos tocaba, hoy no sería un día más, aunque todavía no lo sabíamos.
Fuimos a desayunar a un cafecito que queda a dos cuadras del departamento, lleno de cosas ricas nos hizo difícil elegir. Yo elegí un capuchino riquísimo con una porción de brownie que desparramaba amor, Lea otro capuchino con una croissant.
Panza llena, corazón contento, cámara lista, nos fuimos a conocer la casa donde Sigmund Freud vivió, escribió y atendió pacientes, o sea, donde hizo magia. El lugar cuenta con muy pocas cosas y muebles de aquella época, ya que a Freud y su familia los "invitaron" a retirarse del país por su origen judío ya que en ese momento Austria se convirtió en un territorio fraterno para la Alemania de Hitler. Cuatro, de sus cinco hermanas, murieron en campos de concentración, por lo que la decisión de Freud de irse no fue para nada mala idea, aunque apenas un año después iba a morir en Londres, de una enfermedad, pero libre.
El museo consta de material fotográfico, escritos, diplomas, cartas y mucha mística. Traté de respirar fuerte siempre, por la emoción y porque, muchos años atrás, él estaba ahí.
Leandro me seguía cual paparazzi para capturar con su cámara cada momento y la verdad es que ahora tengo tantas fotos de ese recorrido que ya puede alardear su habilidad con cualquier fotógrafo profesional de persecución de "momentos".
Pasamos por el shop del museo y, básicamente, arrasamos con todo lo que había. ¿Yo? FELIZ, así, con mayúsculas.
Salimos, era ya casi el mediodía, así que nos fuimos a otro escenario de la película Antes del amanecer, en el cual sabíamos que podríamos almorzar, el Sperl café, un lugar muy tradicional de la ciudad. Allí nos sentamos, pedimos un plato cada uno, fotos, comimos y como siempre hacemos cada vez que nos sentamos en algún lugar conectamos nuestros teléfonos al wifi. En mi teléfono suena un mensaje de whatsapp de mi hermano Leandro, era una foto, cosa rara en él…abro el mensaje y había una foto de un bebé precioso, recién nacido, el mensaje no decía nada pero decía todo. Nació Ulises, mi segundo sobrino de sangre. Estuve en shock un ratito, llamé por teléfono, quería saber todo…si estaban bien él y Naty, mi cuñada, mi otro sobrino Franco, mi mamá, cuánto pesó, cuánto medía, TODO.
Estaba en Viena, mi ciudad deseada, acababa de ir al museo de Freud, estaba en el café de la película que amo, había nacido mi sobrino y estaba sano, mi hermano feliz y yo con el amor de mi vida al lado… va a ser muy difícil volver a sentir la felicidad que tenía en ese momento, de golpe mi mundo estaba en orden.
Empezamos a caminar rumbo a otro escenario de la película, la disquería Alt & Neu (tiene otro nombre pero es en alemán y es más conocida por el cartel), un casi museo de discos de vinilo y CD’s (si chicos, los CD ya son historia).
Seguimos paseando, por todos lados hay lugares imponentes, nuestro nuevo destino era la biblioteca de Viena.
El edificio ya de por sí es impresionante, con una entrada que le advierte al que ingresa que se va a impactar. Y así fue. La Biblioteca Nacional de Austria es bellísima, se construyó entre los años 1723 y 1726 y contiene cientos de miles de libros, documentos, papiros. Por suerte no había casi gente por lo que la pudimos recorrer en detalle. Tiene dos pisos de libros, una cúpula increíble, esculturas y globos terráqueos, todo está perfectamente conservado. Las escaleras para acceder a los libros más altos de cada estantería son muy altas. Algunas de esas estanterías funcionan también de puertas "secretas" que dan a un cuartito, a los que claramente no te dejan acceder. Nos gustó pensar que allí, en otras épocas, guardaban bibliografía prohibida para el público en general, no sé, libros Illuminati de la época, por ejemplo. Cosa que no pudimos confirmar.
Al salir, no teníamos decidido un nuevo lugar, por lo que nos perdimos paseando por la hermosa ciudad, vale la pena hacerlo. Caminamos por la peatonal, nos metimos en callecitas mínimas, pasamos por plazas de un césped impecable, hasta que decidimos ir a conocer la costa del Danubio, río que atraviesa la ciudad. No sabíamos bien en qué parte de la ciudad estaba la parte de la costanera linda, así que miramos el mapa, marcamos un lugar, nos tomamos el tranvía y allí fuimos. Después de un ratito de viaje, llegamos a la última estación de la línea D. El río estaba ahí, pero la costanera no era para nada turística, estábamos en una parte de la ciudad alejada del glamour, pero que nos encantó también conocer. Tomamos el tranvía D de vuelta y volvimos al "centro" en busca de otro escenario de la película, el bar Roxy, estaba cerrado. Ahí cerca había un bar/restaurante en el que decimos tomar algo y cenar, mala elección, el lugar era muy snob, nos sentíamos en Palermo. Comimos rapidito y nos fuimos de allí. Ahora si, buscamos la ubicación correcta de la parte linda del Danubio y un subte después llegamos. El lugar te invita a pasear, hay algunos barcitos, grupos de amigos tomando cerveza y charlando a la orilla, una vista divina, hasta que -cuchá- se nos aparece un rata gigante, del tamaño de un gato, les juro… y ahí muy lindo el río y todo, pero yo, como la más cobarde quise salir de ahí. Caminamos por la calle hasta la estación de subte más próxima, combinamos con el tranvía y al bajar, en vez de irnos a dormir de una, hicimos una cuadra más y encontramos un divino bar con terracita, donde nos sentamos a tomar algo y disfrutar de la tranquilidad de la noche vienesa. Tratamos de conectarnos al WiFi pero nos fue imposible entenderle a la moza (austríaca ella) si la clave era proseko, proceco o proceko, hasta que llegó otro mozo que nos avisó, primeramente en alemán, que el bar cerraba, lo cual no entendimos, entonces nos lo dijo en inglés y lo entendimos mejor, hasta que descubrimos que era de Mallorca y en perfecto español nos contó que en realidad cerraban solamente la terraza y que la clave era procecco. No es fácil ser políglota.
Nos fuimos a dormir y descansar de un día cargado de emociones y sensaciones.
Nuestro último día comenzó volviendo a desayunar al mismo lugar que el día anterior, así de rico y bueno era. Como nuestro tren para dejar la ciudad partía de noche, arreglamos con Monika de dejar los bolsos en la habitación y salir a recorrer la ciudad una tarde más. Fuimos hasta el Parlamento, pero en ese entonces no estaba abierto para las visitas, por lo que sacamos algunas fotos de afuera y nos agendamos volver por la tarde a visitar ese magnífico edificio. Nuevamente en el tranvía, fuimos hasta la Ópera con la intención de visitarla: tampoco estaba abierta, solamente con visita guiada por la tarde, así que también la agendamos. Como teníamos que hacer tiempo, nos dirigimos a pie hacia un parque que figuraba en el mapa que se lo veía muy grande y agradable para recorrer, además de ser un escenario más de Antes del Amanecer. Para nuestra sorpresa el parque estaba cerrado por completo, por lo que no pudimos conocerlo, pero al menos logramos hacer tiempo como para volver a la Ópera. ¡Qué molestos los vendedores de visitas guiadas! En los 20 minutos que restaban para que comenzara una visita nos encararon incontables veces, al puntos de ponernos de malhumor y decidir no visitar la Ópera e irnos directamente al Parlamento, lo que resultó ser una fantástica decisión.
Sacamos nuestras entradas y aguardamos que llegue la guía que nos llevaría a recorrer el parlamento. La visita es bilingüe, aunque solamente en inglés y alemán. El grupo era variopinto, nosotros los únicos de habla hispana, y por lo que pudimos comprobar, los únicos que se ducharon en las últimas 24 horas. ¡Impresionante edificio resultó ser el Parlamento! Ya por fuera se lo veía imponente, pero dentro la sorpresa fue aún mayor al recorrer cada uno de sus ambientes. Comenzamos el recorrido accediendo a la Sala de las Columnas donde altísimas, bueno, columnas talladas en bloques enteros de puro mármol (de 16 toneladas de peso cada una) sostenían un techo vidriado. La sala es imponente por donde se la mire, y se utiliza para recepciones y otros eventos. Nuestra guía nos contó que dos de las columnas tuvieron que ser reemplazadas dado que en la Segunda Guerra Mundial una bomba entró por el techo vidriado y las destruyó. Una vez te cuentan este dato, se puede notar que las dos columnas reemplazadas son diferentes al resto en sus colores. De ahí tomamos por un pasillo hasta la Antigua Sala de Sesiones, y ahí mismo, WOW, no me extrañaría los políticos vayan con gusto a trabajar. La cámara es increíble en su decorado y forma. Esa cámara hoy día se usa solamente para asunción presidencial u otras celebraciones de índole político, y todas las funciones propias del parlamento ocurren en una sala que inicialmente era igual a la anterior, pero que por circunstancias de la guerra fue destruida y reconstruida en una forma más moderna. Y luego está otra sala cuyo nombre no recordamos, creemos que Cámara Federal, donde actúa el presidente.
Luego del paseo por el parlamento, salimos a caminar un poco más, creyendo que al lado estaba la universidad, pero no, estaba unos metros más para allá, ahí, atrás de ese otro coso que estaban arreglando. Decidido a darle una sorpresa a Lau, nos adentramos en la Universidad y, como si conociera, entré al Paseo de las Arcadas y me dirigí hacia una punta, mientras le echaba miradas a Lau por sobre mi hombro y la notaba con cara de «adónde vas tan apurado? esperame!», hasta que finalmente me detuve al lado de un busto y, mientras Lau se preparaba para retarme por adelantarme sin esperarla, le hice leer a quién estaba dedicado el busto. Sí, a su amado Sigmund Freud. La cara de enojo se le pasó al instante y le saqué algunas fotos junto a Segis.
Se acercaba ya la hora para dejar esta hermosa ciudad, por lo que tomamos nuevamente el tranvía y nos dirigimos a tomar una última cervecita en el bar que encontramos la noche anterior. Y como una cada uno eran pocas, nos tomamos dos más, porque la despedida había que hacerla bien. Ahí sí, pasamos por última vez por el departamento para recoger nuestras mochilas, despedimos la casa y museo de Freud y nos tomamos el tranvía hasta la estación principal.
Leandro López
15 chapters
16 Apr 2020
May 11, 2015
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Viena
Amanecimos en Praga e íbamos a dormir en Viena, no puedo imaginar un día mejor que ese.
Nos levantamos, y juntadas las últimas cositas, dejamos el departamento y nos fuimos a desayunar al café que contamos en el post anterior, el de la tortas ricas. Allí nos esperaba Katerina, la dueña del departamento y del cafecito. Nos invitó un rico café e intercambiamos unas palabras con ella, una pseudo hippie checa, muy amorosa.
Terminado el café, nos esperaba un taxi en la puerta (gentileza de nuestro amigo Yoav) que nos llevó a la estación de tren para ir rumbo a Viena. Aún dormidos, llegamos a nuestros asientos. Mi ansiedad iba en aumento, estaba camino a Viena, algo que siempre soñé pero que siempre creí que iba a ser sólo eso, un sueño.
El viaje en tren fue divino, los paisajes no defraudan, todo lo contrario, te hacen dar cuenta que todo lo que imaginaste es poco.
En el viaje tuvimos (mentira, fui yo) un pequeño accidente…se me cayó encima el café que estaba tomando, no es que el tren se movía mucho, es que a la torpeza la traje conmigo a Europa. No sólo me manché todo el jean, sino que además mojé al chico que estaba sentado con nosotros, y el muy santo nos ayudó a limpiar todo mientras se moría de risa. Yo no paraba de decir “sorry, sorry, sorry”, en mi fluido inglés. El muchachito se bajó un par de estaciones antes de la nuestra, espero que haya sido porque ahí tenía que ir, y no por miedo de estar cerca mío.
Faltaba poco para llegar a Viena, la ansiedad y emoción decían presente. Entrando en la ciudad, me desarmé y me puse a llorar. Estaba ahí, en Viena, donde quise estar desde mis 14 años…tardé 22 años en llegar, pero los verdaderos sueños no tienen fecha de vencimiento. Lo que nunca soñé es que, además, lo iba a hacer acompañada del chico de barba, ese que hace feliz todos mis minutos y me hace creer que todo es posible. Gracias Leandro por ser mi compañero, mi amor, mi cómplice, mi centro de equilibrio y razón.
Ok, secadas las lágrimas, sigo.
Llegamos a Viena, no sabía bien qué sentir, me pasaba todo. Pero estábamos ahí y había que hacer…compramos la Viena Card, una tarjeta que te permite viajar en todos los transportes públicos y obtener descuentos en diferentes actividades de la ciudad, la verdad es que genial que exista algo así ya que te olvidás de tener que sacar los boletos y es un obstáculo menos para moverte por donde quieras. Nos tomamos el tranvía D (yeeyyy, amamos) y al bajarnos, camino obligado para llegar a departamento, pasamos por la puerta del museo de Dios, digo Freud. Parada obligada para ver (ya que estábamos con las mochilas y no era un buen momento para entrar) sólo la puerta, leer las placas y emocionarme, otra vez hasta las lágrimas, de admiración a semejante genio que revolucionó el mundo pensante. Ojalá todo el mundo supiera y entendiera todo lo que Freud hizo para ayudar a comprender al ser humano.
Llegamos al departamento en donde nos esperaba Monika (casualmente, tocaya de mi madre), una austríaca divina que estaba más fascinada que yo con que conociéramos la ciudad. Explicame el mito de que los europeos son fríos porque yo hasta ahora no lo comprobé. Nos mostró el lugar, nos ayudó a ubicarnos en el mapa y nos pasó un par de tips para comer rico y barato (aunque en Viena nada es barato).
Acomodados los bolsos, y con acomodados quiero decir dejados en el piso, salimos a pasear. Pese a mi ansiedad, decidimos dejar la visita al museo de Freud para mañana ya que estaríamos más descansados. Así que fuimos a hacer lo que mejor sabemos hacer, almorzamos y brindamos por estar ahí…
Caminamos hasta el ¿centro?, recorrimos lugares fascinantes, unas estructuras increíbles, todo Viena es así, un edificio más impactante que otro, una ciudad lindísima y que todo el tiempo te da la sensación de estar viendo uno de esos libro de fotos. Pasamos por arcos, en donde metiéndote daban a un patio de cemento que daba a más edificios imponentes, previo paso por una cúpula alucinante que estaba entre ambos arcos.
Seguimos caminando, una calle tenía una rotondita que hacía más espectacular la entrada, estaba lleno de carruajes, había más de diez, listos para los turistas deseosos y los flashes de Leandro.
Pasamos por uno de los puntos que teníamos marcados para visitar, la biblioteca de Viena, pero estaba cerrado los lunes, así que quedaba para mañana. Llegamos a la terraza la Albertina, lugar precioso para ver parte de la ciudad y mirador preferencial para ver la ópera. La Albertina, es también uno de los tantos escenarios de la película Antes del Amanecer que teníamos previstos conocer. Caminamos por la ópera, edificio enorme que ocupa una manzana entera. Seguimos paseando y llegamos a otro lugar de la película, el Kleines café, donde aprovechamos para tomar un rico café y descansar un poco. Desde el mismo café podíamos ver una torre enorme que pertenece a la Iglesia de San Esteban, fuimos directo para allá, las callecitas de Viena tienen ese no sé qué, bah sí, tienen una belleza muy particular. La Iglesia de San Esteban está como escondida entre las callecitas y una gigantesca peatonal. Llegamos a la base de la torre desde una callecita de ancho mínimo y no pudimos contener la sensación de vértigo al mirar para arriba. Incluso el modelo a escala que se encuentra fuera de la iglesia es altísimo, al menos un metro ochenta. Cuando entramos había una misa y sólo pudimos ver desde la entrada y un poco más, pero no pudimos recorrla por dentro.
De ahí encaramos por la peatonal en dirección hacia el departamento, parando nuevamente en un escenario de Antes del Amanecer. En este caso fue la Iglesia de Maria am Gestade. A mí, Lean, me puso un poco nervioso que desde la entrada más alejada del púlpito el pasillo de la nave no tiene un ancho ni posicionamiento simétrico: el Cristo en la Cruz no está centrado. Quién diría que no iban a tener en cuenta a la ciencia al hacer la iglesia, no?
Llegamos al departamento y finalmente nos sacamos el cansancio del viaje con una ducha y un ratito de fiaca; dejamos la cámara y todas las cosas innecesarias y nos dirigimos al Prater.
Mapa de la ciudad en mano, combinamos tranvía y subte para llegar al Prater, el parque de diversiones más antiguo del mundo, y donde se encuentra la Wiener Riesenrad o Noria gigante de Viena, símbolo de la ciudad y un escenario más de Antes del Amanecer. El lugar es gigante, y el atardecer le daba un aire más emocionante. Recorrimos los diversos juegos, Lau maravillada con las montañas rusas, yo maravillado con cómo es posible haya gente que esté tan mal de la cabeza que quiera subirse a una hamaca que gira a 30 metros de altura en todos los ejes posibles. Encontramos una pista de kartings y nuestra primera aventura fue un desafío al estilo Super 8 del Italpark. De ahí dimos unas vueltas más hasta que concedí en acompañarla a Lau a una montaña rusa de las clásicas. Dada la hora del parque la concurrencia no era mucha, así que en todas las atracciones íbamos solos. Luego de las vueltas y los gritos correspondientes, nos fuimos a otra montaña rusa, en la cual en vez de ir en sentado en un carrito, vas acostado en una suerte de jaula. Dado que una jaula me parece mucho más seguro que un carrito, accedí a subir. Debo reconocer que es una vuelta muy divertida y que el ir acostado le da una emoción adicional, pero creo que ya tuve montañas rusas por un lustro cuanto mínimo. Como no podíamos dejar pasar el registro de la aventura, compramos la foto que te sacan al salir de un rulo en el cual las caras de ambos dos reflejan nuestra emoción.
Ya cansados de tanto viaje, caminata, giros y contragiros, nos fuimos al patio cervecero del lugar, donde compartimos la especialidad de la casa: una rodilla de cerdo asada que estaba deliciosa, acompañada de una rica cerveza de trigo. Con la panza llena, emprendimos el retorno ni muy tarde ni muy temprano, dado que el otro día traería consigo una visita a un lugar muy especial.
Nos despertamos, es martes 12 de Mayo de 2015, y más allá de la visita importante que nos tocaba, hoy no sería un día más, aunque todavía no lo sabíamos.
Fuimos a desayunar a un cafecito que queda a dos cuadras del departamento, lleno de cosas ricas nos hizo difícil elegir. Yo elegí un capuchino riquísimo con una porción de brownie que desparramaba amor, Lea otro capuchino con una croissant.
Panza llena, corazón contento, cámara lista, nos fuimos a conocer la casa donde Sigmund Freud vivió, escribió y atendió pacientes, o sea, donde hizo magia. El lugar cuenta con muy pocas cosas y muebles de aquella época, ya que a Freud y su familia los "invitaron" a retirarse del país por su origen judío ya que en ese momento Austria se convirtió en un territorio fraterno para la Alemania de Hitler. Cuatro, de sus cinco hermanas, murieron en campos de concentración, por lo que la decisión de Freud de irse no fue para nada mala idea, aunque apenas un año después iba a morir en Londres, de una enfermedad, pero libre.
El museo consta de material fotográfico, escritos, diplomas, cartas y mucha mística. Traté de respirar fuerte siempre, por la emoción y porque, muchos años atrás, él estaba ahí.
Leandro me seguía cual paparazzi para capturar con su cámara cada momento y la verdad es que ahora tengo tantas fotos de ese recorrido que ya puede alardear su habilidad con cualquier fotógrafo profesional de persecución de "momentos".
Pasamos por el shop del museo y, básicamente, arrasamos con todo lo que había. ¿Yo? FELIZ, así, con mayúsculas.
Salimos, era ya casi el mediodía, así que nos fuimos a otro escenario de la película Antes del amanecer, en el cual sabíamos que podríamos almorzar, el Sperl café, un lugar muy tradicional de la ciudad. Allí nos sentamos, pedimos un plato cada uno, fotos, comimos y como siempre hacemos cada vez que nos sentamos en algún lugar conectamos nuestros teléfonos al wifi. En mi teléfono suena un mensaje de whatsapp de mi hermano Leandro, era una foto, cosa rara en él…abro el mensaje y había una foto de un bebé precioso, recién nacido, el mensaje no decía nada pero decía todo. Nació Ulises, mi segundo sobrino de sangre. Estuve en shock un ratito, llamé por teléfono, quería saber todo…si estaban bien él y Naty, mi cuñada, mi otro sobrino Franco, mi mamá, cuánto pesó, cuánto medía, TODO.
Estaba en Viena, mi ciudad deseada, acababa de ir al museo de Freud, estaba en el café de la película que amo, había nacido mi sobrino y estaba sano, mi hermano feliz y yo con el amor de mi vida al lado… va a ser muy difícil volver a sentir la felicidad que tenía en ese momento, de golpe mi mundo estaba en orden.
Empezamos a caminar rumbo a otro escenario de la película, la disquería Alt & Neu (tiene otro nombre pero es en alemán y es más conocida por el cartel), un casi museo de discos de vinilo y CD’s (si chicos, los CD ya son historia).
Seguimos paseando, por todos lados hay lugares imponentes, nuestro nuevo destino era la biblioteca de Viena.
El edificio ya de por sí es impresionante, con una entrada que le advierte al que ingresa que se va a impactar. Y así fue. La Biblioteca Nacional de Austria es bellísima, se construyó entre los años 1723 y 1726 y contiene cientos de miles de libros, documentos, papiros. Por suerte no había casi gente por lo que la pudimos recorrer en detalle. Tiene dos pisos de libros, una cúpula increíble, esculturas y globos terráqueos, todo está perfectamente conservado. Las escaleras para acceder a los libros más altos de cada estantería son muy altas. Algunas de esas estanterías funcionan también de puertas "secretas" que dan a un cuartito, a los que claramente no te dejan acceder. Nos gustó pensar que allí, en otras épocas, guardaban bibliografía prohibida para el público en general, no sé, libros Illuminati de la época, por ejemplo. Cosa que no pudimos confirmar.
Al salir, no teníamos decidido un nuevo lugar, por lo que nos perdimos paseando por la hermosa ciudad, vale la pena hacerlo. Caminamos por la peatonal, nos metimos en callecitas mínimas, pasamos por plazas de un césped impecable, hasta que decidimos ir a conocer la costa del Danubio, río que atraviesa la ciudad. No sabíamos bien en qué parte de la ciudad estaba la parte de la costanera linda, así que miramos el mapa, marcamos un lugar, nos tomamos el tranvía y allí fuimos. Después de un ratito de viaje, llegamos a la última estación de la línea D. El río estaba ahí, pero la costanera no era para nada turística, estábamos en una parte de la ciudad alejada del glamour, pero que nos encantó también conocer. Tomamos el tranvía D de vuelta y volvimos al "centro" en busca de otro escenario de la película, el bar Roxy, estaba cerrado. Ahí cerca había un bar/restaurante en el que decimos tomar algo y cenar, mala elección, el lugar era muy snob, nos sentíamos en Palermo. Comimos rapidito y nos fuimos de allí. Ahora si, buscamos la ubicación correcta de la parte linda del Danubio y un subte después llegamos. El lugar te invita a pasear, hay algunos barcitos, grupos de amigos tomando cerveza y charlando a la orilla, una vista divina, hasta que -cuchá- se nos aparece un rata gigante, del tamaño de un gato, les juro… y ahí muy lindo el río y todo, pero yo, como la más cobarde quise salir de ahí. Caminamos por la calle hasta la estación de subte más próxima, combinamos con el tranvía y al bajar, en vez de irnos a dormir de una, hicimos una cuadra más y encontramos un divino bar con terracita, donde nos sentamos a tomar algo y disfrutar de la tranquilidad de la noche vienesa. Tratamos de conectarnos al WiFi pero nos fue imposible entenderle a la moza (austríaca ella) si la clave era proseko, proceco o proceko, hasta que llegó otro mozo que nos avisó, primeramente en alemán, que el bar cerraba, lo cual no entendimos, entonces nos lo dijo en inglés y lo entendimos mejor, hasta que descubrimos que era de Mallorca y en perfecto español nos contó que en realidad cerraban solamente la terraza y que la clave era procecco. No es fácil ser políglota.
Nos fuimos a dormir y descansar de un día cargado de emociones y sensaciones.
Nuestro último día comenzó volviendo a desayunar al mismo lugar que el día anterior, así de rico y bueno era. Como nuestro tren para dejar la ciudad partía de noche, arreglamos con Monika de dejar los bolsos en la habitación y salir a recorrer la ciudad una tarde más. Fuimos hasta el Parlamento, pero en ese entonces no estaba abierto para las visitas, por lo que sacamos algunas fotos de afuera y nos agendamos volver por la tarde a visitar ese magnífico edificio. Nuevamente en el tranvía, fuimos hasta la Ópera con la intención de visitarla: tampoco estaba abierta, solamente con visita guiada por la tarde, así que también la agendamos. Como teníamos que hacer tiempo, nos dirigimos a pie hacia un parque que figuraba en el mapa que se lo veía muy grande y agradable para recorrer, además de ser un escenario más de Antes del Amanecer. Para nuestra sorpresa el parque estaba cerrado por completo, por lo que no pudimos conocerlo, pero al menos logramos hacer tiempo como para volver a la Ópera. ¡Qué molestos los vendedores de visitas guiadas! En los 20 minutos que restaban para que comenzara una visita nos encararon incontables veces, al puntos de ponernos de malhumor y decidir no visitar la Ópera e irnos directamente al Parlamento, lo que resultó ser una fantástica decisión.
Sacamos nuestras entradas y aguardamos que llegue la guía que nos llevaría a recorrer el parlamento. La visita es bilingüe, aunque solamente en inglés y alemán. El grupo era variopinto, nosotros los únicos de habla hispana, y por lo que pudimos comprobar, los únicos que se ducharon en las últimas 24 horas. ¡Impresionante edificio resultó ser el Parlamento! Ya por fuera se lo veía imponente, pero dentro la sorpresa fue aún mayor al recorrer cada uno de sus ambientes. Comenzamos el recorrido accediendo a la Sala de las Columnas donde altísimas, bueno, columnas talladas en bloques enteros de puro mármol (de 16 toneladas de peso cada una) sostenían un techo vidriado. La sala es imponente por donde se la mire, y se utiliza para recepciones y otros eventos. Nuestra guía nos contó que dos de las columnas tuvieron que ser reemplazadas dado que en la Segunda Guerra Mundial una bomba entró por el techo vidriado y las destruyó. Una vez te cuentan este dato, se puede notar que las dos columnas reemplazadas son diferentes al resto en sus colores. De ahí tomamos por un pasillo hasta la Antigua Sala de Sesiones, y ahí mismo, WOW, no me extrañaría los políticos vayan con gusto a trabajar. La cámara es increíble en su decorado y forma. Esa cámara hoy día se usa solamente para asunción presidencial u otras celebraciones de índole político, y todas las funciones propias del parlamento ocurren en una sala que inicialmente era igual a la anterior, pero que por circunstancias de la guerra fue destruida y reconstruida en una forma más moderna. Y luego está otra sala cuyo nombre no recordamos, creemos que Cámara Federal, donde actúa el presidente.
Luego del paseo por el parlamento, salimos a caminar un poco más, creyendo que al lado estaba la universidad, pero no, estaba unos metros más para allá, ahí, atrás de ese otro coso que estaban arreglando. Decidido a darle una sorpresa a Lau, nos adentramos en la Universidad y, como si conociera, entré al Paseo de las Arcadas y me dirigí hacia una punta, mientras le echaba miradas a Lau por sobre mi hombro y la notaba con cara de «adónde vas tan apurado? esperame!», hasta que finalmente me detuve al lado de un busto y, mientras Lau se preparaba para retarme por adelantarme sin esperarla, le hice leer a quién estaba dedicado el busto. Sí, a su amado Sigmund Freud. La cara de enojo se le pasó al instante y le saqué algunas fotos junto a Segis.
Se acercaba ya la hora para dejar esta hermosa ciudad, por lo que tomamos nuevamente el tranvía y nos dirigimos a tomar una última cervecita en el bar que encontramos la noche anterior. Y como una cada uno eran pocas, nos tomamos dos más, porque la despedida había que hacerla bien. Ahí sí, pasamos por última vez por el departamento para recoger nuestras mochilas, despedimos la casa y museo de Freud y nos tomamos el tranvía hasta la estación principal.
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