Europa 2015

La mañana del sábado comenzó como recuerdo gran parte de los días que viví acá: lluviosa y fresca. Desayunamos un café, armamos las mochilas y partimos para la estación de Amsterdam Centraal. En la calle nos cruzamos con muy poca gente, el clima no invitaba a salir, excepto a un pájaro bastante grande, que estaba posado sobre el techo de un auto. Luego de ver semejante bicho muy pancho en su posición, no me quejo nunca más de una paloma.

Llegamos a la estación, sacamos los tickets y nos fuimos al andén a esperar el tren, y como el viaje es largo (bueno, media hora) compramos un jugo y unos M&M para el viaje. El camino de Amsterdam a Leiden es muy lindo, aun con lluvia, porque en el trayecto se pasa por varias de esas famosas postales de campos llenos de tulipanes de diversos colores. Lamentablemente, nos dimos cuenta que llegamos tarde, dado que todos habían sido ¿cultivados? y solamente quedaban las extensiones de tierra. Una pena no haberlos podido ver, pero una razón más para volver.

En el camino también le contaba a Lau que, si bien siempre supe que algún día iba a volver a visitar y pasear por Europa, nunca en realidad había pensado en volver a los Países Bajos, y menos aún a Leiden. No sé si hay una razón por la cual nunca lo pensé, pero confieso que al tomar el tren desde Köln con destino a Amsterdam, y todavía más en el que iba a Leiden, sentí una emoción muy grande. En total viví 6 meses en este hermoso país y la verdad estaba muy contento de haber vuelto.

Finalmente nuestro tren de dos pisos llegó a Leiden Centraal, y yo ya no podía parar de sonreír. Leiden es una ciudad muy chica, donde todo está muy cerca. Salimos de la estación y nos metimos por un estacionamiento de bicicletas subterráneo a medias, donde miles de bicis te rodean y, por 50 metros al menos, le escapamos a la llovizna. Cruzamos la calle y paramos en la puerta principal del edificio de TransIP, la empresa para la que laburé cuando viví acá. Por supuesto me saqué la obligada foto en la puerta, y Lau me sugirió tocar el timbre, a ver si había alguien… a lo cual respondí que mejor no, mirá si me piden que les arregle algo! :P

Cien metros más y llegamos Virulypad, el callejón donde vivímos allá por el 2009 con el Pellón. Un poco me sorprendió encontrar que todo seguía igual, al menos desde afuera: la entrada del edificio, los adornos que se ven desde la ventana del living o el balcón desde el cual le tirábamos rodajas de pan a los patos que vivían en el estanque que hay ahí. También vi que la bicicleta que supe tener en esa época ya no estaba más apoyada contra el edificio. Uno podría preguntarme «y claro, qué esperabas?», pero la verdad es que sé a ciencia cierta que al menos estuvo un año ahí, sin que nadie la toque, así que pensar que hubiera seguido estando no era una locura tan grande.

De ahí nos fuimos para el centro de la ciudad, caminando por sus callecitas con casas bajas y amplios ventanales que dan al living y que, en su mayoría, no tienen cortinas ocultando el interior. Mientras Lau me comentaba esto, un señor que estaba desayunando muy tranquilo en su living la saludó con la mano y una sonrisa. Amsterdam es hermosa, imposible discutirlo, pero Leiden tiene un encanto que la capital no tiene, en parte por estas casitas y ese estilo de vida tan tranquilo. Leiden además tiene el Molen de Valk, gigante molino y museo rodeado de un río y calles, que es una suerte de hito en la entrada a Leiden.

Cruzamos puentes y canales hasta que al llegar a una esquina, le digo a Lau que me acompañe, y a los pocos metros llegamos al departamento de la calle Clarensteeg, donde primero vivió mi amigo el Viejo, y luego estuve yo un tiempo con el Rengo. Al igual que en el anterior, me sorprendió ver que el frente estuviera igual, como si hubiera sido ayer que lo dejamos.

De ahí nos fuimos para la parte donde el río Rín se divide en dos canales: el Viejo Rín y el Nuevo Rín. Cruzamos un pequeño puente ahí donde el río se divide y comenzamos a bordear el Nuevo Rín, donde a la vera del canal todos los miércoles y sábados, desde hace más de 700 años, se hace una feria donde se puede comprar comida fresca y variada, frutas, verduras, panes, quesos y otras misceláneas. La feria esta es sin dudas uno de mis pasatiempos preferidos en Leiden, y no solamente por la cantidad de ofertas, no solo de precio sino también de variedad. Como ya era mediodía, nos detuvimos en mi puesto de pescados preferido, donde venden pescados y cangrejos para cocinar, o también el famoso Verse Harring, o arenque crudo que se come solo, o con cebolla y limón (el pan es opcional), y también rabas y los deliciosos kibbelings, una suerte de trozos de merluza (ponele) rebozados y fritos, que acompañados de una salsa son un manjar exquisito. En esta oportunidad le esquivé al verse harring, pero sí compramos rabas y kibbelings y nos pusimos debajo de un techito a comer mientras mirábamos como la feria seguía sin inmutarse. Las porciones eran más que generosas, pero eso no impidió les hagamos su merecido honor.

Con el hambre saciado salimos a caminar un poco más para combatir la modorra, y fuimos para la calle Sint Joristeeg, donde está la casita donde nos fuimos a vivir mi último mes y medio en Leiden con el Rengo. Esta casita también me sorprendió, pero no por encontrarse exactamente igual a las de Virulypad y Clarensteeg, sino por todo lo contrario: en la cuadra se nota hubo varios arreglos y cambios, y me costó un poco encontrar la dirección correcta.

Cansados un poco de la llovizna, decidimos irnos a tomar algo y estar bajo techo, y conociendo el lugar ideal para hacerlo, comenzamos a caminar con la intención de bordear la feria pero desde el otro lado del canal, aunque nos detuvimos inicialmente en un bazar del cual nos queríamos llevar más de un juego de ollas y sartenes, pero donde compramos solamente un cuchillo para quesos. Sí, en este país hermoso donde producen unos quesos que dejan a los nuestros un poco en ridículo, tienen unos cuchillos diseñados especialmente para distintos tipos de queso, así cuando los cortás no se te quedan pegados en la hoja. Definitivamente el hambre es la madre de todas las invenciones. Salimos del bazar y ahora sí, vimos la otra parte de la feria mientras íbamos a uno de los bares más lindos de Leiden.

Annie’s es un bar que no es simple de encontrar si vas un poco distraído, dado que se encuentra justo en la división del Rín, pero la puerta de entrada está bajando una escalera que te lleva a nivel del río, porque el bar está debajo de la calle. También tiene una hermosa terraza flotante, que es como una barcaza gigante llena de mesitas, que en días de sol y calor está explotada de gente, no así un día de lluvia, niebla y frío como nos tocó. En el interior hay mesas muy coquetas y otras más informales, y la consabida barra donde sirven cerveza tirada. Conseguimos una mesa y tomamos una cervecita, un café y un brownie de postre, y escaparnos un rato de la lluvia.

La tarde no estaba ni cerca de estar terminada, así que salimos a pasear por la peatonal de Leiden, donde compramos otro cuchillo de queso y un iPad Mini para Lean, mi cuñado y tocayo, dado que el lunes sería su cumpleaños. Al finalizar la peatonal se llega a una suerte de puerto que tiene Leiden, con una muy linda vista de barcos, casitas que dan hacia el río y una de las puertas de entrada a la ciudad, que como no podía ser de otra manera, estaba rodeada de andamios porque la estaban arreglando. No dejamos de sorprendernos de la cantidad de edificios en mantenimiento que vimos durante todo el viaje.

Ya no llovía, y con el cambio de clima en los canales empezamos a ver varios botes y barcazas con gente paseando con sus heladeras portátiles y disfrutando de la tarde de sábado. Luego nos encontramos con una calle con una plaza en el medio en la cual había una suerte de galería de arte al exterior, donde Lau continuó haciendo amigos, y al final de la calle nos encontramos con la parte posterior de una iglesia, que al rodearla nos dejó en otra calle peatonal, mucho más pequeña, y donde los locales eran más tipo del librerías y santerías. Siguiendo los locales llegamos al Burcht van Leiden, o Castillo de Leiden. Sí, en el centro de la ciudad se encuentra un antiguo castillo, mas no de los clásicos que imaginamos, sino que es una suerte de círculo muy grande, situado en la cima una loma (tal vez la única) y desde el cual, caminando por su pasarela superior, se puede ver gran parte de la ciudad. Es simplemente una pared, pero se puede apreciar el valor defensivo que debe haber tenido hace mucho tiempo. Un árbol gigantesco creciendo en el medio del patio es toda la decoración que tiene, pero es un lugar al que siempre me gustó visitar dado que, aun siendo austero, tiene una belleza antigua.

La tarde avanzaba y el clima mejoraba, por lo que nos fuimos al Café Einstein, mi bar favorito de la ciudad. Leiden es una ciudad llena de jóvenes dado que ahí se encuentra la universidad más antigua de los Países Bajos, y en el Einstein todos los miércoles se celebra la noche internacional, y era el lugar ideal para ir y conocer gente de todo el mundo mientras se disfruta de más de una cerveza. Encontramos una mesita y nos sentamos a ver la gente pasar mientras pensábamos qué más hacer.

Terminado nuestro refrigerio, aprovechamos que la feria aún continuaba y compramos unos quesos y fiambres para la cena de la noche, y nos fuimos a recorrer un poco más antes de volvernos. Otro de los atractivos de la ciudad es el Paseo de los Poetas, que sucede a lo largo de toda la ciudad, y es que en muchos edificios están decorados por poemas, con la particularidad que están en el idioma original en el que fueron escritos. Los hay en ruso, griego, neerlandés y, por supuesto, en español, representados por Pablo Neruda.

Seguimos el paseo por la avenida hasta un local hermoso: una suerte de cocina de snacks ideales para comer ahí o al paso, donde hay croquetas de todos gustos y colores, hamburguesas, papas fritas y, por supuesto, satékrokket. Tuvimos que parar a comer, no solamente porque necesitábamos pasar al baño, sino también por el valor histórico de la visita: más de una noche terminamos ahí con el Rengo o el Pellón, buscando algo que absorbiera la cerveza que habíamos tomado. Lo digo y lo repito: los holandeses inventaron la comida ideal para acompañar la cerveza.

Ya en camino a la estación de tren para volver, pasamos por otro bar al que solía ir, principalmente porque está oculto, pero en una zona muy linda, con canales y demás. Ok, también iba por rata, dado que martes y jueves tenían la oferta de cerveza a un euro.

Llegamos a otro puerto, éste un poco más grande y más céntrico, y cruzamos de vuelta el Rín. Es muy probable que me equivoque, dado que mis conocimientos de geografía no son muy buenos, pero creo que aquí es donde nace el Rín para recorrer luego gran parte de Europa. Debería fijarme en un mapa. Cruzamos un puente más, ya con un clima soleado (sí, así eran la mayoría de los días cuando viví acá) y pasamos por una calle comercial con varios restaurantes, muchos de ellos argentinos, donde se puede comer el tradicional goulash argentino. Claramente, Lau y yo somos argentinos de poca tradición.

Un poco de caminata más y finalmente llegamos a la estación y final de nuestra visita a Leiden, una de las más bellas ciudad que tuve la suerte de conocer en mi vida, y donde el Viejo dice que quiere venir a jubilarse; Lau le dio la razón, y a mí no me jodería en lo más mínimo.

Ya partiendo el tren de vuelta a Amsterdam miraba por la ventana con cierta nostalgia ya, pero también sabiendo que nunca más no voy a pensar en no volver, sino más bien todo lo contrario.

Leandro López

15 chapters

16 Apr 2020

Feria del recuerdo

May 16, 2015

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Leiden, Países Bajos

La mañana del sábado comenzó como recuerdo gran parte de los días que viví acá: lluviosa y fresca. Desayunamos un café, armamos las mochilas y partimos para la estación de Amsterdam Centraal. En la calle nos cruzamos con muy poca gente, el clima no invitaba a salir, excepto a un pájaro bastante grande, que estaba posado sobre el techo de un auto. Luego de ver semejante bicho muy pancho en su posición, no me quejo nunca más de una paloma.

Llegamos a la estación, sacamos los tickets y nos fuimos al andén a esperar el tren, y como el viaje es largo (bueno, media hora) compramos un jugo y unos M&M para el viaje. El camino de Amsterdam a Leiden es muy lindo, aun con lluvia, porque en el trayecto se pasa por varias de esas famosas postales de campos llenos de tulipanes de diversos colores. Lamentablemente, nos dimos cuenta que llegamos tarde, dado que todos habían sido ¿cultivados? y solamente quedaban las extensiones de tierra. Una pena no haberlos podido ver, pero una razón más para volver.

En el camino también le contaba a Lau que, si bien siempre supe que algún día iba a volver a visitar y pasear por Europa, nunca en realidad había pensado en volver a los Países Bajos, y menos aún a Leiden. No sé si hay una razón por la cual nunca lo pensé, pero confieso que al tomar el tren desde Köln con destino a Amsterdam, y todavía más en el que iba a Leiden, sentí una emoción muy grande. En total viví 6 meses en este hermoso país y la verdad estaba muy contento de haber vuelto.

Finalmente nuestro tren de dos pisos llegó a Leiden Centraal, y yo ya no podía parar de sonreír. Leiden es una ciudad muy chica, donde todo está muy cerca. Salimos de la estación y nos metimos por un estacionamiento de bicicletas subterráneo a medias, donde miles de bicis te rodean y, por 50 metros al menos, le escapamos a la llovizna. Cruzamos la calle y paramos en la puerta principal del edificio de TransIP, la empresa para la que laburé cuando viví acá. Por supuesto me saqué la obligada foto en la puerta, y Lau me sugirió tocar el timbre, a ver si había alguien… a lo cual respondí que mejor no, mirá si me piden que les arregle algo! :P

Cien metros más y llegamos Virulypad, el callejón donde vivímos allá por el 2009 con el Pellón. Un poco me sorprendió encontrar que todo seguía igual, al menos desde afuera: la entrada del edificio, los adornos que se ven desde la ventana del living o el balcón desde el cual le tirábamos rodajas de pan a los patos que vivían en el estanque que hay ahí. También vi que la bicicleta que supe tener en esa época ya no estaba más apoyada contra el edificio. Uno podría preguntarme «y claro, qué esperabas?», pero la verdad es que sé a ciencia cierta que al menos estuvo un año ahí, sin que nadie la toque, así que pensar que hubiera seguido estando no era una locura tan grande.

De ahí nos fuimos para el centro de la ciudad, caminando por sus callecitas con casas bajas y amplios ventanales que dan al living y que, en su mayoría, no tienen cortinas ocultando el interior. Mientras Lau me comentaba esto, un señor que estaba desayunando muy tranquilo en su living la saludó con la mano y una sonrisa. Amsterdam es hermosa, imposible discutirlo, pero Leiden tiene un encanto que la capital no tiene, en parte por estas casitas y ese estilo de vida tan tranquilo. Leiden además tiene el Molen de Valk, gigante molino y museo rodeado de un río y calles, que es una suerte de hito en la entrada a Leiden.

Cruzamos puentes y canales hasta que al llegar a una esquina, le digo a Lau que me acompañe, y a los pocos metros llegamos al departamento de la calle Clarensteeg, donde primero vivió mi amigo el Viejo, y luego estuve yo un tiempo con el Rengo. Al igual que en el anterior, me sorprendió ver que el frente estuviera igual, como si hubiera sido ayer que lo dejamos.

De ahí nos fuimos para la parte donde el río Rín se divide en dos canales: el Viejo Rín y el Nuevo Rín. Cruzamos un pequeño puente ahí donde el río se divide y comenzamos a bordear el Nuevo Rín, donde a la vera del canal todos los miércoles y sábados, desde hace más de 700 años, se hace una feria donde se puede comprar comida fresca y variada, frutas, verduras, panes, quesos y otras misceláneas. La feria esta es sin dudas uno de mis pasatiempos preferidos en Leiden, y no solamente por la cantidad de ofertas, no solo de precio sino también de variedad. Como ya era mediodía, nos detuvimos en mi puesto de pescados preferido, donde venden pescados y cangrejos para cocinar, o también el famoso Verse Harring, o arenque crudo que se come solo, o con cebolla y limón (el pan es opcional), y también rabas y los deliciosos kibbelings, una suerte de trozos de merluza (ponele) rebozados y fritos, que acompañados de una salsa son un manjar exquisito. En esta oportunidad le esquivé al verse harring, pero sí compramos rabas y kibbelings y nos pusimos debajo de un techito a comer mientras mirábamos como la feria seguía sin inmutarse. Las porciones eran más que generosas, pero eso no impidió les hagamos su merecido honor.

Con el hambre saciado salimos a caminar un poco más para combatir la modorra, y fuimos para la calle Sint Joristeeg, donde está la casita donde nos fuimos a vivir mi último mes y medio en Leiden con el Rengo. Esta casita también me sorprendió, pero no por encontrarse exactamente igual a las de Virulypad y Clarensteeg, sino por todo lo contrario: en la cuadra se nota hubo varios arreglos y cambios, y me costó un poco encontrar la dirección correcta.

Cansados un poco de la llovizna, decidimos irnos a tomar algo y estar bajo techo, y conociendo el lugar ideal para hacerlo, comenzamos a caminar con la intención de bordear la feria pero desde el otro lado del canal, aunque nos detuvimos inicialmente en un bazar del cual nos queríamos llevar más de un juego de ollas y sartenes, pero donde compramos solamente un cuchillo para quesos. Sí, en este país hermoso donde producen unos quesos que dejan a los nuestros un poco en ridículo, tienen unos cuchillos diseñados especialmente para distintos tipos de queso, así cuando los cortás no se te quedan pegados en la hoja. Definitivamente el hambre es la madre de todas las invenciones. Salimos del bazar y ahora sí, vimos la otra parte de la feria mientras íbamos a uno de los bares más lindos de Leiden.

Annie’s es un bar que no es simple de encontrar si vas un poco distraído, dado que se encuentra justo en la división del Rín, pero la puerta de entrada está bajando una escalera que te lleva a nivel del río, porque el bar está debajo de la calle. También tiene una hermosa terraza flotante, que es como una barcaza gigante llena de mesitas, que en días de sol y calor está explotada de gente, no así un día de lluvia, niebla y frío como nos tocó. En el interior hay mesas muy coquetas y otras más informales, y la consabida barra donde sirven cerveza tirada. Conseguimos una mesa y tomamos una cervecita, un café y un brownie de postre, y escaparnos un rato de la lluvia.

La tarde no estaba ni cerca de estar terminada, así que salimos a pasear por la peatonal de Leiden, donde compramos otro cuchillo de queso y un iPad Mini para Lean, mi cuñado y tocayo, dado que el lunes sería su cumpleaños. Al finalizar la peatonal se llega a una suerte de puerto que tiene Leiden, con una muy linda vista de barcos, casitas que dan hacia el río y una de las puertas de entrada a la ciudad, que como no podía ser de otra manera, estaba rodeada de andamios porque la estaban arreglando. No dejamos de sorprendernos de la cantidad de edificios en mantenimiento que vimos durante todo el viaje.

Ya no llovía, y con el cambio de clima en los canales empezamos a ver varios botes y barcazas con gente paseando con sus heladeras portátiles y disfrutando de la tarde de sábado. Luego nos encontramos con una calle con una plaza en el medio en la cual había una suerte de galería de arte al exterior, donde Lau continuó haciendo amigos, y al final de la calle nos encontramos con la parte posterior de una iglesia, que al rodearla nos dejó en otra calle peatonal, mucho más pequeña, y donde los locales eran más tipo del librerías y santerías. Siguiendo los locales llegamos al Burcht van Leiden, o Castillo de Leiden. Sí, en el centro de la ciudad se encuentra un antiguo castillo, mas no de los clásicos que imaginamos, sino que es una suerte de círculo muy grande, situado en la cima una loma (tal vez la única) y desde el cual, caminando por su pasarela superior, se puede ver gran parte de la ciudad. Es simplemente una pared, pero se puede apreciar el valor defensivo que debe haber tenido hace mucho tiempo. Un árbol gigantesco creciendo en el medio del patio es toda la decoración que tiene, pero es un lugar al que siempre me gustó visitar dado que, aun siendo austero, tiene una belleza antigua.

La tarde avanzaba y el clima mejoraba, por lo que nos fuimos al Café Einstein, mi bar favorito de la ciudad. Leiden es una ciudad llena de jóvenes dado que ahí se encuentra la universidad más antigua de los Países Bajos, y en el Einstein todos los miércoles se celebra la noche internacional, y era el lugar ideal para ir y conocer gente de todo el mundo mientras se disfruta de más de una cerveza. Encontramos una mesita y nos sentamos a ver la gente pasar mientras pensábamos qué más hacer.

Terminado nuestro refrigerio, aprovechamos que la feria aún continuaba y compramos unos quesos y fiambres para la cena de la noche, y nos fuimos a recorrer un poco más antes de volvernos. Otro de los atractivos de la ciudad es el Paseo de los Poetas, que sucede a lo largo de toda la ciudad, y es que en muchos edificios están decorados por poemas, con la particularidad que están en el idioma original en el que fueron escritos. Los hay en ruso, griego, neerlandés y, por supuesto, en español, representados por Pablo Neruda.

Seguimos el paseo por la avenida hasta un local hermoso: una suerte de cocina de snacks ideales para comer ahí o al paso, donde hay croquetas de todos gustos y colores, hamburguesas, papas fritas y, por supuesto, satékrokket. Tuvimos que parar a comer, no solamente porque necesitábamos pasar al baño, sino también por el valor histórico de la visita: más de una noche terminamos ahí con el Rengo o el Pellón, buscando algo que absorbiera la cerveza que habíamos tomado. Lo digo y lo repito: los holandeses inventaron la comida ideal para acompañar la cerveza.

Ya en camino a la estación de tren para volver, pasamos por otro bar al que solía ir, principalmente porque está oculto, pero en una zona muy linda, con canales y demás. Ok, también iba por rata, dado que martes y jueves tenían la oferta de cerveza a un euro.

Llegamos a otro puerto, éste un poco más grande y más céntrico, y cruzamos de vuelta el Rín. Es muy probable que me equivoque, dado que mis conocimientos de geografía no son muy buenos, pero creo que aquí es donde nace el Rín para recorrer luego gran parte de Europa. Debería fijarme en un mapa. Cruzamos un puente más, ya con un clima soleado (sí, así eran la mayoría de los días cuando viví acá) y pasamos por una calle comercial con varios restaurantes, muchos de ellos argentinos, donde se puede comer el tradicional goulash argentino. Claramente, Lau y yo somos argentinos de poca tradición.

Un poco de caminata más y finalmente llegamos a la estación y final de nuestra visita a Leiden, una de las más bellas ciudad que tuve la suerte de conocer en mi vida, y donde el Viejo dice que quiere venir a jubilarse; Lau le dio la razón, y a mí no me jodería en lo más mínimo.

Ya partiendo el tren de vuelta a Amsterdam miraba por la ventana con cierta nostalgia ya, pero también sabiendo que nunca más no voy a pensar en no volver, sino más bien todo lo contrario.

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