Europa 2015

Si muchas ciudades europeas son de cuento de hadas, siempre me pareció que Praga también es de cuento, pero de vampiros. Cuando se lo comenté a Lau, estuvo de acuerdo. Sin dudas es una de las ciudades más hermosas e imponentes del mundo, se siente también con una obscuridad propia. ¿Será que llegamos de noche? No sabemos, pero nos embargó esa sensación. Esa noche fuimos sólo a pasear una cuadras, estábamos muy cansados, pero estábamos en Praga, había que pasear. Pasamos por un supermercado, compramos algo para picar, cerveza, jugo de naranja y fuimos a descansar…fue hasta el momento nuestra primera y única cena en “casa”.

Comenzamos nuestro fin de semana praguense conociendo, finalmente, a Lenka y Rony, mujer e hijo de mi adorado y extrañado amigo Yoav, al cual hace más de 6 años que no veía y cuando nos encontramos fue como si nos hubiéramos visto ayer. Lenka es una mujer nacida en República Checa, rubia de unos ojos azules transparentes, tranquila y simpática. Debido a su edad, en realidad nació en la antigua Checoslovaquia, país que contaba con un régimen comunista. Fieles a nuestro estilo inquisitivo, también conocido como «curiosos y molestos», le preguntamos a Lenka si le podíamos hacer unas preguntas personales y muy amablemente accedió. ¡Cuántas ganas de hacerle una entrevista! Pero nos contuvimos y saciamos al menos la duda de cómo era vivir en un régimen tan ajeno al nuestro. Nos contó que mucho no recuerda, porque era más bien chica, pero sí tiene muy marcada la memoria de la escasez de productos, especialmente bananas. Nos contó que, cuando había bananas, se podía comprar solamente 1 kilo por familia, y que una vez cuando ella tendría 8 años, la madre le dijo que haga fila para comprar bananas, pero que no se hable con la madre, así se hacían pasar por dos familias distintas. También nos contó que de más grande, ya fuera del régimen comunista, en las escuelas todavía quedaban profesores «a la antigua», es decir, que no creían en el libre pensamiento (sí, parece un oxímoron un profesor así) y que eran más severos y estrictos, y mucho menos dados a enseñar cosas nuevas.

Los tres nos acompañaron en un recorrido por el Letná, un parque gigantesco que está a cuadras de donde ellos viven y separa la parte de la ciudad donde nos alojamos nosotros, Praga 7, del río Moldava y la Ciudad Vieja. Cada paisaje o claro entre los árboles te permite ver la ciudad y el río, e incluso con cielo nublado como nos tocó el primer día, todo es una postal. TODO. Nos separamos de los chicos y bajamos por uno de los tantos senderos hasta uno de los tantos

Leandro López

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16 Apr 2020

Un cuento de vampiros

May 10, 2015

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Praga

Si muchas ciudades europeas son de cuento de hadas, siempre me pareció que Praga también es de cuento, pero de vampiros. Cuando se lo comenté a Lau, estuvo de acuerdo. Sin dudas es una de las ciudades más hermosas e imponentes del mundo, se siente también con una obscuridad propia. ¿Será que llegamos de noche? No sabemos, pero nos embargó esa sensación. Esa noche fuimos sólo a pasear una cuadras, estábamos muy cansados, pero estábamos en Praga, había que pasear. Pasamos por un supermercado, compramos algo para picar, cerveza, jugo de naranja y fuimos a descansar…fue hasta el momento nuestra primera y única cena en “casa”.

Comenzamos nuestro fin de semana praguense conociendo, finalmente, a Lenka y Rony, mujer e hijo de mi adorado y extrañado amigo Yoav, al cual hace más de 6 años que no veía y cuando nos encontramos fue como si nos hubiéramos visto ayer. Lenka es una mujer nacida en República Checa, rubia de unos ojos azules transparentes, tranquila y simpática. Debido a su edad, en realidad nació en la antigua Checoslovaquia, país que contaba con un régimen comunista. Fieles a nuestro estilo inquisitivo, también conocido como «curiosos y molestos», le preguntamos a Lenka si le podíamos hacer unas preguntas personales y muy amablemente accedió. ¡Cuántas ganas de hacerle una entrevista! Pero nos contuvimos y saciamos al menos la duda de cómo era vivir en un régimen tan ajeno al nuestro. Nos contó que mucho no recuerda, porque era más bien chica, pero sí tiene muy marcada la memoria de la escasez de productos, especialmente bananas. Nos contó que, cuando había bananas, se podía comprar solamente 1 kilo por familia, y que una vez cuando ella tendría 8 años, la madre le dijo que haga fila para comprar bananas, pero que no se hable con la madre, así se hacían pasar por dos familias distintas. También nos contó que de más grande, ya fuera del régimen comunista, en las escuelas todavía quedaban profesores «a la antigua», es decir, que no creían en el libre pensamiento (sí, parece un oxímoron un profesor así) y que eran más severos y estrictos, y mucho menos dados a enseñar cosas nuevas.

Los tres nos acompañaron en un recorrido por el Letná, un parque gigantesco que está a cuadras de donde ellos viven y separa la parte de la ciudad donde nos alojamos nosotros, Praga 7, del río Moldava y la Ciudad Vieja. Cada paisaje o claro entre los árboles te permite ver la ciudad y el río, e incluso con cielo nublado como nos tocó el primer día, todo es una postal. TODO. Nos separamos de los chicos y bajamos por uno de los tantos senderos hasta uno de los tantos

puentes que cruzan el Moldava (o Vltava en checo, explicámelo), decorado con estatuas imponentes (que luego quedaron humilladas por otras) y el hermoso, simpático, útil y favorito nuestro, medio de transporte: el tranvía. ¡Qué lindas son las ciudades con tranvía! Con el cuello y los ojos como lechuzas no paramos de mirar a uno y otro lado, diciéndonos a cada rato «¡mirá!», «¡allá!» o el más acertado de todos: «¡¡¡WOW!!!».

Acá un apartado sobre la pronunciación checa. Cada palabras que leíamos tipo “Sochaska” estábamos seguros que se pronunciaba “Jujuy” ponele, porque el idioma checo es así, imposible.

La primera calle que recorrimos nos pareció un poco fuera de lugar, no por la calle en sí, sino porque los negocios que habían eran Luis Vuitton, Tag Heuer, Rolex y similares, de esos que no te ponen precios en las vidrieras para que ni se te ocurra entrar siquiera a mirar de cerca lo que venden, sudaca. Bueno, tal vez tampoco tanto.

Seguimos caminando, tratando de interpretar el mapa de una ciudad que no sólo no está pensada como un damero sino que tiene calles, avenidas, pasillos, patios, escaleras y turistas por todos lados, pero finalmente logramos llegar a la Plaza de la Ciudad Vieja donde claramente todos los recorridos comienzan. Como ya era mediodía, y como nos tentó sobremanera, tuvimos (jaja “tuvimos” escribe el gordito) que comprar una porción de Jamón Antiguo de Praga, una delicia de cerdo hecha al fuego durante horas que, incluso con cubiertos de plástico, se cortaba casi sin hacer uso del cuchillo. Mientras esperábamos para comprar, unos tanos se pusieron a discutir porque la chica de la caja les había dado el vuelto en monedas (o al menos eso entendimos, o sea, hablaban italiano y checo, unacosadelocos), se armó un escándalo hermoso, nosotros contentos diciendo “ésto va al diario del viaje”. De acompañamiento compramos unas papas fritas (todo light como verán) pero cortadas como en una espiral, difícil describir con palabras, pero muy ricas también. Cervecita obligatoria y a continuar.

Una de las principales atracciones es el Pražský orloj, o Reloj Astronómico de Praga para quienes queremos mantener nuestras cuerdas vocales. Inaugurado en 1410 es el tercero más antiguo del mundo y el más viejo aún funcionando (gracias, Wikipedia). Es claramente una de las principales atracciones de Praga, si no por la belleza del mismo, por la cantidad absurda de turistas que se (nos) amontonamos para ver el show que sucede a cada hora, donde diversas figuras desfilan en una pasarela, una más tétrica que la otra. Como había mucha gente y no lo podíamos ver bien lo esquivamos para volver más tarde, y nos dirigimos hacia algún lado. Digo «algún lado» porque básicamente nos perdimos, varias veces, entre tanta calle en curva y de nombre imposible.

Finalmente llegamos a la Plaza de Wenceslao, una inmensidad de calle con boulevard, negocios todo alrededor y una no menos imponente estatua de San Wenceslao, coronada con el Museo Nacional de fondo. Nos sentamos a tomar un café vespertino para descansar un poco las piernas en un confitería situada en el boulevard, ambientado como uno de los antiguos carros del tranvía praguense. En esta misma zona hicimos algún gastito, sin poder dejar de

comentar a cada momento lo barato que es Praga. O sea, estamos hablando de la mitad de precio en muchas cosas con el resto de Europa. No entiendo cómo la gente viaja a Miami…

Emprender la vuelta no fue nada sencillo, porque nos temíamos que el mayor obstáculo iba a ser la subida a través del parque. Nuestro temor no fue infundado, todo lo contrario, llegamos arriba con las piernas pidiendo clemencia. Claro, en el camino, nos perdí (yo, Leandro, me hago cargo) al interpretar mal el mapa y llegar a cualquier parte. Me toca a mí hablar ahora, yo Laura, pedía a casi llantos (bueno, no tanto, me gusta exagerar) sentarnos en cualquier lado, las patitas me latían, no podía dar un paso más, pero seguí y valía la pena cada travesía al lado de Leandro.

Ya en la cuadra donde se encontraba nuestro departamento, pasamos por la confitería que tiene Katerina, la dueña de nuestro lugar de hospedaje. ¡Qué hermoso lugar! Adentro la ambientación es hermosa, pero la joya del lugar es el patiecito, donde pocas mesitas se encuentran distribuidas entre plantas y estanques en el corazón de la manzana. Cero ruidos molestos como podría pasar en una terraza en la vereda. Yoav nos contó que suelen ir seguido ahí a tomar café y comer torta, y ahora entendemos el porqué.

Volvimos al departamento a darnos un baño y descansar un poco,

aunque no nos fuimos a dormir de una, si no que salimos con Yoav a tomar algo a un muy bonito bar flamenco en Praga, que por suerte quedaba a tan sólo un par de cuadras del departameDELACAMA. Sí, bar flamenco en Praga. Unas cervezas, unas porciones de tortilla, hongos y aceitunas y finalmente sí, a dormir y recuperar energías.

Nuestro segundo día en Praga empezó yendo nuevamente al departamento de Yoav, Lenka y Rony.

Que ni ayer, ni hoy, nombremos el desayuno habla claramente de que el lugar al que fuimos no valió la pena ni para su mención.

Nuestros anfitriones de la ciudad nos llevaron a conocer otro parque, que también queda cerca de donde nos alojamos, el Parque Stromovka. Ellos habitualmente pasan gran parte del fin de semana allí ya que son lugares muy familiares, sobre todo teniendo un bebé tan chiquito. Almorzamos y de postre pedí una torta estilo lemon pie, pero hecha con limas, una delicia! Caminamos un rato más por ese inmenso paisaje de árboles y paz, había poca gente, algunos leyendo, otro practicando caminar sobre una soga atada de árbol a árbol, otros en bici, pero el lugar es tan grande que parecían menos de los que seguramente eran. Nuestro plan era pasear un poco por ahí con ellos y después ir rumbo al castillo y pasar el día en otra parte de la ciudad distinta a la de ayer. Mientras caminábamos a Lenka se le ocurrió una GRAN idea (las mayúsculas son a propósito), que tomáramos el tranvía antiguo que hace un paseo un poco más largo hacia el castillo que el actual, pero que vale la pena, sobre todo estando de paseo. Llegamos al lugar desde donde salía el tranvía y, teniendo a la suerte de nuestro lado ya que era domingo y la frecuencia del mismo es poca, justo estaba por salir el próximo.

Nos despedimos de los chicos, pero más efusivamente de Lenka que, al menos en este viaje, ya no la veríamos más. Con Yoav nos encontraríamos de nuevo a la noche.

Nos subimos al adorabilísimo tranvía. Estábamos chochos de contentos, a los dos nos encantan esos viajes, Leandro sacaba fotos sin parar y no era para menos. Una señora con todo su uniforme típico era la guarda que nos picó los pasajes, todo era de cuentos. Excepto que nos pasamos una estación, pero eso también es parte de la aventura. Insisto, el checo es imposible, hasta para entender en que corno de estación debés bajarte.

Caminamos unas pocas cuadras y llegamos al castillo, otrora residencia del Emperador. Como todas las construcciones de este estilo, se encuentra en una cima, desde la cual se divisa toda la ciudad. Nos dirigimos al cuidadísimo jardín, lleno de fuentes y flores a cual más diversas y colorida que la anterior. En este mismo lugar nos cruzamos con un criador de búhos, lechuzas y hasta un halcón, con los cuales te podías sacar una foto. Lau se indignó por la crueldad de ver estas aves con una soga atada a una de sus garras para no escaparse. Yo me indigné por los precios que te cobraban para sacarte una foto con el halcón. (nota de Lau: el halcón tenía no una, las dos patas atadas a un coso duro, como un dedal pero para el brazo, no se me ocurre otra manera de describirlo, que te ponían para

que, además de pagarles carísimo, te sacaras la foto como el más nabo del mundo. Listo, ya hice catarsis)

De nuevo en la plaza de entrada del castillo, sacamos los tickets para las principales atracciones del mismo, mas no así todos sus museos, y comenzamos el recorrido por la majestuosa Catedral de San Vito. Sí, el castillo tiene una catedral dentro. Coronada con dos torres inmensas, toda su estructura llama su atención por su tamaño y detalles que la adornan: nuestros ojos iban de capilla en capilla, sin saber si detenernos en el vitreaux, o el altar, o la tumba o mismo la ausencia de toda decoración. No importa cuál sea tu religión, sin dudas es un lugar para visitar y admirar, incluso ateos como nosotros… que admiran la ciencia utilizada para construir semejante obra.

Dejando la catedral nos dirigimos al palacio del emperador, donde tal vez no es la arquitectura del mismo lo que deslumbra, sino tal vez toda la historia que vivió y el estado en el que se mantiene. Gigantescos cuartos de recepción, paredes y techos pintados con escudos de armas, balcones y habitaciones donde se tejieron acuerdos y asesinatos forman parte de este edificio.

Con los sentidos aturdidos nos fuimos a tomar una cervecita en el patio detrás de la catedral, y no podíamos dejar de pensar en los tantos años y las tantas figuras famosas e históricas

que recorrieron ese mismo lugar.

Una iglesia más, mucho más escueta, bordea el pasillo que nos llevó hasta el Callejón Dorado, callejón de casitas, y donde se encuentra la casa donde vivió Franz Kafka entre 1916 y 1917 y que sin dudas era petisísimo o tenía un dolor de espaldas tremendo ya que la puerta de entrada era bastante chica para lo normal. A nosotros lo que más nos llamó la atención es una exposición de antiguas (y no tanto) armas, armaduras y elementos de tortura. El nivel de detalle de los grabados de espadas y mazos, o el trabajo y arte vertido en las armaduras casi logran hacernos olvidar que fueron, y son, herramientas para la violencia y la tortura más cruel.

Cansados ya de tanto encierro en catedrales, palacios y pasillos, salimos a un nuevo jardín que rodea el castillo, y nos dirigimos hacia el exterior para perdernos, a conciencia, por las callecitas de este barrio de Praga. El plan nos resultó a la perfección y llegamos a la cima de una calle con escaleras, donde a cada descanso se podían encontrar negocios de souvenirs, una arcada, cafés y restaurantes. Tuvimos que parar a descansar los pies, y de paso tomar algo. El fin

de una escalinata nos llevó a una calle de adoquines que baja hasta la entrada del Puente de Carlos, promediando la bajada había un barcito muy pintoresco, vacío y listo para recibirnos, allí fuimos. Luego del descansito, llegamos al Puente de Carlos, un lugar imponente que atraviesa el río, no es un puente más, es EL puente. No sólo su inmensidad, detalle y belleza nos lo hicieron saber, sino también la marea de turistas que había. Sacamos una variedad de fotos, paseamos, decíamos “wow, mirá éste” señalando alguna escultura y seguimos.

Volvimos a la ciudad vieja, paseamos por las mismas calles del día anterior, también alucinados como el día anterior. Decidimos quedarnos hasta que se hiciera de noche y volver recién después al departamento, confieso que fue una muy buena idea. La ciudad de noche intensifica su belleza y la vuelve romántica hasta para el más recio (sí ok, ahora estoy escribiendo yo, Lau). Cenamos a la orilla del río y vimos como de a poco el puente y el resto de la ciudad se iban iluminando artificialmente, llenando de suspiros los alrededores. Es mágico, en serio.

Sacamos más y más fotos, y sí, seguimos caminando. Nos metimos en cada local de souvenir o con cosas curiosas, por ejemplo, una casa que tenía miles de variedades de chocolates, hasta con forma de kamasutra o consoladores, para la más golosa.

Tomamos el tranvía, las piernas contentísimas, y volvimos rumbo al departamento. En el camino hablamos para encontrarnos con Yoav, un par de cervecitas más con él a la vuelta de su casa. Ahora si, nos tocó despedirnos de él, yo muy triste y con la esperanza de que no tengan que pasar 6 años para volver a vernos.

Fin de nuestro segundo y largo día en Praga, a dormir.

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